Había una vez un jardín mágico lleno de flores de colores. Las flores sabían cuándo era primavera y sabían cómo crecer y florecer. En invierno, las flores descansaban bajo la tierra, esperando a que llegara la primavera.
Cuando llegaba la primavera, la tierra se calentaba y el sol aparecía en el cielo. Las flores sabían que era hora de despertar. Sus raíces comenzaban a moverse y a buscar agua y nutrientes en el suelo.
Las flores comenzaban a brotar con pequeñas hojas verdes. Cada hoja era como un pequeño paraguas que protegía a la flor del sol y la lluvia.
Poco a poco, las flores crecían más y más. Sus tallos se alargaban y se volvían fuertes. Las flores sabían que necesitaban estar altas para poder atraer a las abejas y mariposas.
Las flores se abrían lentamente, mostrando sus hermosos pétalos de colores. Cada pétalo era suave y delicado, como un pedacito de seda. Las mariposas y las abejas se acercaban a ellas, atraídas por su belleza y olor dulce.
Las flores disfrutaban de la compañía de las mariposas y abejas. Juntas, bailaban y jugaban alrededor del jardín. Las flores estaban felices de poder compartir su belleza con el mundo.
Pero el verano llegaba y el sol comenzaba a calentar demasiado. Las flores sabían que debían protegerse, así que cerraban sus pétalos y descansaban bajo la sombra de las hojas.
En otoño, las flores comenzaban a marchitarse y caían al suelo. Sabían que era momento de descansar nuevamente bajo la tierra, esperando a que llegara el próximo año para volver a crecer y florecer.
Y así, año tras año, las flores del jardín mágico crecían y florecían en primavera, llenando el mundo de colores y alegría. El ciclo de vida de las flores era un recordatorio de lo hermosa y mágica que es la naturaleza.
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