Había una vez una niña llamada Aby que vivía muy feliz junto a su familia. Juntos, pasaban por pruebas, risas, alegrías y mucho más. Pero Aby tenía una creencia especial, ella creía en alguien que no podía ver, pero sí podía sentir en su corazón. Cuando Aby enfrentaba dificultades y pruebas difíciles, ella corría hacia los pies de aquel en quien creía. Un día, sus amigos se dieron cuenta de que Aby siempre sonreía, incluso cuando tenía días malos, y se preguntaron por qué ella nunca parecía triste. También querían saber a dónde iba cuando enfrentaba desafíos.

Aby, con una gran sonrisa en su rostro, les dijo el nombre de Jesús de Nazaret. Ella les contó que este Dios era capaz de hacer milagros y tenía un amor enorme por todos nosotros. Les explicó que Él nunca nos falla, siempre está para nosotros, nos abraza, nos escucha y nos da su amor incondicional. La niña les dijo a sus amigos que buscaran a Jesús, porque siempre estaría en sus corazones. Aby les aseguró que Él jamás los dejaría y, sobre todo, que era el Primer Amigo que nunca les fallaría.

Desde ese día, los amigos de Aby comenzaron a aprender más sobre Jesús. Descubrieron que, a través de las enseñanzas y el amor de Jesús, podían encontrar consuelo y fortaleza en medio de cualquier dificultad. Juntos, Aby y sus amigos crearon un vínculo aún más fuerte, pues compartían la misma fe y el amor que Jesús les brindaba. Pasaron muchos días felices juntos, enfrentaron desafíos y siguieron confiando en el amor y la guía de Jesús a lo largo de sus vidas.

Todos los niños y niñas aprendieron la lección de Aby: que aunque no podamos ver a Jesús, siempre podemos sentirlo en nuestro corazón. Él es nuestro amigo eterno y nunca nos abandonará. Y así, Aby y sus amigos vivieron felices para siempre, confiando en el amor y la guía de Jesús en cada paso que daban.