Había una vez un niño llamado Pedro que vivía en un pequeño pueblo. Pedro siempre había oído hablar de Dios, pero no sabía realmente qué significaba el amor de Dios.
Un día, Pedro decidió preguntarle a su abuela qué era el amor de Dios. Ella sonrió y le dijo: "El amor de Dios es como un abrazo cálido que nunca termina. Es como cuando te sientes feliz y seguro".
Emocionado por descubrir más sobre el amor de Dios, Pedro decidió ir a la iglesia del pueblo. Allí, el pastor le contó una historia sobre cómo Dios envió a su Hijo Jesús al mundo para mostrar a las personas su amor incondicional.
Después de la misa, Pedro se sintió más cerca de conocer el amor de Dios. Comenzó a verlo en las pequeñas acciones de bondad de las personas a su alrededor, como cuando su amiga Julia lo ayudó a recoger sus juguetes.
Con el tiempo, Pedro aprendió que el amor de Dios está en todas partes: en el canto de los pájaros, en el abrazo de su mamá y en el perdón que le mostró a su hermano cuando cometió un error.
Desde aquel día, Pedro siempre recordó que el amor de Dios está presente en cada momento de su vida. Y cada noche, antes de dormir, agradecía a Dios por su amor infinito.
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