En un rincón mágico del mundo, se escondía El Bosque de las Luciérnagas Encantadas, donde la luz nunca se apagaba.
Maya, con sus ojos curiosos y cabello castaño ondeante, decidió explorar el bosque tras escuchar las antiguas leyendas.
Traspasando los límites del pueblo, la arboleda brillaba ante ella con destellos danzantes dirigidos por las luciérnagas.
Pronto encontró a Flora, una luciérnaga distinta, de brillo ámbar y amistosa sonrisa, que le ofreció guiarla.
"El bosque está vivo, y sus secretos son tantos como estrellas en el cielo", explicó Flora mientras navegaban entre los árboles antiguos.
Llegaron a un claro donde cada luciérnaga contaba su historia con melodías de luz, tejiendo una red de cuentos vivientes.
Maya escuchó fascinada las aventuras de las luciérnagas, historias de coraje y amistad que encendían su imaginación.
Cuando la noche cayó, el fulgor de las luciérnagas se intensificó y los secretos del bosque comenzaron a revelarse suavemente.
Flora le mostró a Maya el corazón del bosque, un árbol milenario cuya corteza dibujaba mapas estelares y cuya sabiduría era infinita.
"Todos somos parte de algo más grande", reflexionó Maya, sintiendo una conexión profunda con el bosque y sus habitantes.
Como despedida, Flora le regaló a Maya una pequeña luz, una semilla de luciérnaga, para recordarle siempre la magia de esa noche.
A su regreso, Maya prometió proteger y valorar El Bosque de las Luciérnagas Encantadas, pues era un tesoro vivo lleno de enseñanzas.
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