Había una vez un jardín escondido entre grandes muros y guardado por innumerables hechizos. Dentro del jardín, una fuente mágica prometía suerte eterna a quien se bañara en ella el día más largo del año.
Tres brujas decidieron buscar la fuente el 21 de junio. Asha, una bruja enferma, quería curarse. Altheda, quien había perdido todo, deseaba recuperar sus posesiones. Amata quería olvidar un amor perdido.
Las tres brujas, desconocidas entre sí, se encontraron en la entrada del jardín. Se saludaron tímidamente, preguntándose si compartirían su secreto o seguirían solas.
Juntas decidieron entrar al jardín, guiadas por el destino y la esperanza. Se ayudaron mutuamente a sortear los hechizos y protecciones que guardaban la fuente mágica.
Mientras avanzaban, una enredadera surgida de la nada se enroscó alrededor de la muñeca de Asha. Sobresaltadas, las otras brujas la ayudaron a liberarse.
Al estirar a Asha, Altheda y Amata sintieron un tirón. Amata, la última de la fila, tropezó con un caballero desconocido que pasaba cerca del jardín.
El caballero se presentó como Sir Desafortunado, un viajero sin rumbo. Sin saberlo, era un muggle que nunca había visto magia antes.
A pesar de la confusión, juntos decidieron buscar la fuente. Los lazos que se formaban entre ellos eran tan fuertes como los hechizos del jardín.
Finalmente, encontraron la Fuente de la Buena Fortuna. Su agua brillaba con promesas de curación, riquezas y corazones reparados.
Asha se sumergió primero y sintió cómo su enfermedad la abandonaba. Altheda, al tocar el agua, vio aparecer sus pertenencias robadas. Amata solo contemplaba su reflejo.
Amata entendió que no necesitaba olvidar, sino aprender a sanar su corazón. Sir Desafortunado, sin querer, halló un propósito y un destino.
Al terminar ese día, los cuatro aventureros estaban agradecidos. No solo por la suerte encontrada sino por la amistad inesperada que duraría para siempre.
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