En un valle encantado, detrás de un río de miel, se alzaba el Castillo de Caramelo.
Lucas, con ojos de curiosidad, se acercó al portón de dulce, susurrando un secreto.
Una voz cálida lo invitó a entrar, pero Lucas dudaba. ¿Quién viviría allí?
Finalmente, empujó la puerta. El aroma a chocolate le dio la bienvenida.
Dentro del castillo, un pasillo de menta se extendía hacia un salón de baile de vainilla.
Lucas encontró a una amiga, Clara, atrapada en una jaula de regaliz.
Ella le contó cómo el hechicero del castillo la había encerrado por un encantamiento roto.
Juntos buscaban una llave mágica hecha de caramelo duro para liberarla.
Resolvieron acertijos y superaron trampas de goma de mascar para encontrar la llave.
Al liberar a Clara, el hechicero apareció, sus ojos reflejaban remordimiento y tristeza.
Explicó que el encantamiento era proteger el castillo, y sin él, todo se desmoronaría.
Lucas y Clara, con corazones valientes, decidieron ayudar al hechicero a restaurar la magia.
Juntos, mezclaron ingredientes mágicos y reencantaron el castillo, fortaleciéndolo más que nunca.
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