Había una vez una niña llamada Eugenia, con cabellos dorados como el sol y una sonrisa que iluminaba toda la habitación. Pero Eugenia siempre quería todas las cosas para ella: los juguetes más bonitos, la porción más grande de pastel, y nunca compartía con nadie.
Un día, mientras Eugenia jugaba sola en su enorme jardín, vio que un pequeño pájaro con una ala rota había caído. 'Qué feo pájaro', dijo Eugenia sin interés, y siguió jugando con su muñeca preferida sin ayudarlo.
Al poco tiempo, otros niños del vecindario vinieron al jardín y vieron al pajarito. Juntos, lo cuidaron hasta que pudo volar de nuevo. Eugenia los miraba desde lejos, preguntándose por qué se sentía tan solita incluso cuando tenía tantos juguetes.
Esa noche, Eugenia soñó con un jardín mágico donde todo estaba hecho de golosinas. Pero había una regla: solo podías comer las golosinas si las compartías con alguien más. En el sueño, Eugenia tenía muchas, pero no tenía con quién compartirlas.
Cuando se despertó, Eugenia decidió hacer algo diferente. Fue al jardín y compartió su merienda con los niños. Juntos se rieron, jugaron y Eugenia se sintió más feliz de lo que se había sentido nunca antes.
Con el tiempo, Eugenia aprendió que compartir su tiempo y sus cosas con los demás no solo hacía felices a los demás niños, sino que también la hacía a ella muy feliz. Y así, su jardín se llenó de risas y nuevos amigos.
Y mientras el jardín se llenaba de alegría, los padres de Eugenia también notaron cómo su corazón había cambiado. Eugenia se había convertido en una niña generosa y amable que encontraba su felicidad cuidando de los demás y de su querido jardín.