Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques misteriosos, cuatro amigos llamados Elena, Andrés, Marta y David. Eran chicos muy valientes, de entre 10 y 12 años, a quienes les encantaba vivir aventuras emocionantes juntos. Un día, mientras paseaban por el pueblo, se encontraron con la casa embrujada. Era una casa antigua y tenebrosa que nadie se atrevía a visitar. Los lugareños decían que estaba habitada por fantasmas y que todos los que entraban nunca volvían a salir. Pero a los cuatro amigos no les importaba, estaban decididos a descubrir si realmente la casa era tan aterradora como decían.
A pesar de los consejos y advertencias de sus padres, quienes les decían que no se acercaran a la casa embrujada, los cuatro amigos decidieron adentrarse en ella. Se prepararon bien para la aventura, llevando linternas, agua y algunas provisiones. Caminaron hasta llegar a la puerta principal, que chirriaba escalofriantemente al abrirse. El interior de la casa era oscuro y polvoriento. Había telarañas colgando del techo y muebles antiguos cubiertos de sábanas. Cada paso que daban resonaba en el silencio de la casa. Los amigos exploraron habitación tras habitación, esperando encontrar algo espeluznante, pero solo encontraron más oscuridad y viejas fotografías.
Cuando llegaron a la habitación más alejada, una extraña sensación de miedo y arrepentimiento comenzó a invadir sus corazones. David, el más sensato de todos, les sugirió que debían dar media vuelta y salir de la casa. Pero Marta, la más osada, decidió continuar buscando algo que demostrara que la casa estaba embrujada. Mientas Andrés y Elena dudaban entre quedarse o seguir a sus amigos, un ruido misterioso resonó desde el piso de arriba. Todos se quedaron paralizados de miedo. Pero pronto se dieron cuenta de que el ruido provenía de un gato atrapado en el tejado de la casa. Rápidamente, se apresuraron a abrir una ventana y ayudaron al pobre gatito a escapar.
El gato, agradecido, les guió hasta la salida de la casa embrujada. Cuando finalmente estuvieron afuera, los cuatro amigos se abrazaron aliviados. Habían aprendido una lección importante: la obediencia a los mayores. Si hubieran escuchado los consejos de sus padres, no habrían pasado por ese miedo innecesario. Regresaron a sus casas, donde sus padres preocupados les dieron un gran abrazo. Los pequeños, ahora más conscientes de la importancia de escuchar y obedecer a sus mayores, se disculparon sinceramente por no haberles hecho caso antes de adentrarse en la casa embrujada.
A partir de ese día, Elena, Andrés, Marta y David aprendieron a valorar y confiar en los mayores. Comprendieron que, aunque quisieran vivir aventuras emocionantes, siempre debían recordar que sus padres y adultos cercanos estaban allí para guiarlos y cuidar de ellos. Así, los cuatro amigos aprendieron que ser valientes no solo implicaba enfrentarse a cosas desconocidas, sino también tener la sabiduría de saber cuándo hacer caso a los consejos de los mayores para mantenerse seguros. Y a partir de aquel día, su amistad se fortaleció aún más, prometiendo siempre cuidarse mutuamente siguiendo los buenos consejos que recibían.