Había una vez una hermosa flor que se enamoró de un toro. La flor era delicada y radiante, mientras que el toro era imponente y poderoso.
La flor siempre trataba de acercarse al toro, pero él siempre la rechazaba y se mostraba distante. Su frialdad hería el corazón de la flor, pero aún así ella continuaba amándolo.
Día tras día, la flor lloraba y se sentía triste por el toro. A pesar de su sufrimiento, nunca dejó de amarlo.
Sin embargo, llegó un momento en que la flor se dio cuenta de que no podía seguir así. Estaba cansada de llorar y estar triste por alguien que no correspondía a su amor.
Con valentía, la flor decidió alejarse del toro. Aunque le dolía hacerlo, sabía que era lo mejor para ella.
La flor se encontró con un jardín lleno de otras flores hermosas y amables. Allí, finalmente, encontró la felicidad que tanto anhelaba.
Desde entonces, la flor aprendió a amarse y cuidarse a sí misma. Comprendió que no era responsable de la indiferencia del toro y que merecía ser amada por alguien que la valorara.
Y así, la flor vivió feliz en el nuevo jardín, floreciendo con amor y responsabilidad hacia sí misma.
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