Había una anciana llamada Agendina, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de altas montañas. Desde muy joven, Agendina había adquirido tanto conocimiento que era reconocida como la más sabia de todos. Las personas la buscaban para que les ayudara a resolver problemas y responder preguntas difíciles. Sin embargo, lo que más le gustaba a Agendina era contar historias a los más pequeños. Cada noche, los niños del pueblo corrían hacia la casita de la anciana para escuchar sus mágicas historias antes de dormir. Agendina se sentaba en un cómodo sillón y los niños se acomodaban alrededor de ella, esperando ansiosos el comienzo del relato.
Una noche, Agendina comenzó a contar una historia en particular sobre una tierra muy lejana, donde los árboles bailaban y los animales hablaban. Había un joven príncipe llamado Lucas, quien estaba decidido a encontrar la felicidad y la sabiduría que Agendina poseía. Lucas emprendió un largo viaje, atravesando mares y montañas, hasta llegar a la mágica tierra. Ahí, se encontró con una abuela misteriosa, quien resultó ser Agendina. La anciana lo recibió con una sonrisa y le dijo: "Querido Lucas, la sabiduría no se encuentra en un solo lugar. Está en cada rincón del mundo, esperando ser descubierta".
Lucas quedó asombrado. ¿Cómo podría encontrar la sabiduría en todos los lugares? Agendina le explicó que la sabiduría no se encuentra solo en los libros y en las palabras de los sabios, sino también en la curiosidad por aprender, en la observación de la naturaleza y en el amor por los demás. Así, Agendina y Lucas comenzaron a recorrer la tierra mágica juntos. Cada día descubrían algo nuevo: las enseñanzas de los árboles, la lección de paciencia de las flores al esperar a que llegara la primavera, el trabajo en equipo de los animales para sobrevivir. Lucas aprendió que la sabiduría se encuentra en las pequeñas cosas y en la conexión con el mundo que nos rodea.
Con el tiempo, Lucas se convirtió en un joven sabio, capaz de compartir su conocimiento con los demás. Regresó a su pueblo y se convirtió en el consejero de todos, al igual que Agendina. Los niños del pueblo escucharon maravillados la historia, asimilando la valiosa lección que Agendina les había enseñado. A medida que cerraban sus ojitos para dormir, imaginaban cómo sería explorar el mundo en busca de sabiduría.
Y así, cada noche, Agendina y los niños continuaron con sus mágicas historias, llenando las noches de aventuras y enseñanzas. Porque la sabiduría, como descubrió Lucas, estaba en todas partes, solo había que estar dispuesto a buscarla.
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