En una casita cerca de un bosque muy especial, vivía una niña de cuatro años llamada Luna. Tenía una perrita blanca y peluda llamada Estrella.
Una mañana, Luna y Estrella paseaban por el bosque cuando encontraron un camino nuevo, lleno de colores que brillaban.
Siguiendo el sendero, vieron un árbol que lloraba. Sus hojas caían como lágrimas suaves.
Luna tocó el árbol y preguntó, '¿Por qué lloras?' El árbol respondió, 'Estoy triste porque perdí mis frutos'.
Luna y Estrella buscaron por el bosque y encontraron los frutos. El árbol sonrió cuando se los devolvieron.
Más adelante, encontraron una flor que reía. Sus pétalos vibraban de alegría.
'¿Por qué ríes tanto?', preguntó Luna. La flor dijo, 'Me hace feliz el sol que me calienta'.
La risa de la flor era tan contagiosa que Luna y Estrella empezaron a reír también.
Luego, encontraron un arroyo que murmuraba con voz suave. Sus aguas se movían tranquilas y en paz.
Luna se sentó junto al arroyo y sintió la paz del agua. 'Me siento calma aquí', dijo.
Estrella bebió un poco de agua y ambos, niña y perrita, se tumbaron a descansar.
Después de su descanso, siguieron explorando y hallaron una cueva que resonaba con un eco poderoso.
Luna gritó '¡Hola!' y el eco respondió '¡Hola!'. Estrella ladró y el eco ladró de vuelta. Jugaron con sus nuevos amigos, los ecos.
Al caer la tarde, Luna y Estrella volvieron a casa. Habían aprendido mucho sobre las emociones en el bosque mágico.
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