Había una vez en un pequeño poblado en lo más profundo del bosque, un árbol mágico que se alzaba majestuosamente hacia el cielo. A simple vista, parecía un árbol común y corriente, pero si observabas con atención, descubrías su brillantez y misterio. Los habitantes del poblado creían que este árbol era capaz de otorgar deseos a aquellos lo suficientemente valientes para enfrentarse a los retos que presentaba. Sin embargo, aunque muchos se aventuraban a acercarse, nadie había sido capaz de superar las pruebas impuestas por el árbol mágico.
Un día, una joven valiente llamada Ana decidió aceptar el desafío y poner a prueba su determinación. Ella era una muchacha de 14 años, con una fuerte convicción de alcanzar sus sueños y enfrentarse a cualquier obstáculo que se le presentara. Con un corazón lleno de coraje, Ana se adentró en el bosque hasta llegar al árbol mágico. Al verlo, quedó impresionada por su magnificencia y se prometió a sí misma que no se rendiría hasta lograr desbloquear su poder.
El árbol le habló dulcemente: "Para obtener mi recompensa, debes cosechar las fresas mágicas que crecen en mi ramas más altas. Pero ten cuidado, cada fruto estará protegido por una prueba de determinación." Ana asintió, lista para enfrentar lo que fuera necesario. La primera prueba consistió en trepar al árbol sin la ayuda de ninguna herramienta. Por más temor que sintiera, Ana no se permitió dudar ni un segundo. Utilizó todas sus fuerzas y con gran determinación logró alcanzar la cumbre del árbol.
Una vez arriba, la segunda prueba se presentó: Ana debía resolver un complicado acertijo. A pesar de que los enigmas no eran su fuerte, Ana recordó que la determinación siempre puede superar cualquier dificultad. Escudriñó en su mente, buscó la respuesta y finalmente llegó a la solución correcta. A medida que avanzaba, Ana se encontraba con pruebas aún más desafiantes, pero con cada obstáculo superado, su determinación crecía más y más. El árbol mágico observaba con asombro cómo una joven de tan corta edad demostraba tal valentía y perseverancia.
Finalmente, Ana llegó al punto más alto del árbol donde encontró las ansiadas fresas mágicas. Al tomar una en sus manos, sintió una chispa de energía recorriendo todo su ser. Sabía que había triunfado y que sus deseos pronto se harían realidad. Regresó al poblado con una sonrisa de felicidad en su rostro, llevando consigo las fresas mágicas. Compartió su historia con todos sus vecinos, inspirando a otros a desafiar sus propios límites y perseguir sus sueños con la misma determinación que ella había demostrado.
Desde aquel día, el árbol mágico se convirtió en un símbolo de valentía y perseverancia en el poblado. Ana demostró que, sin importar nuestra edad o el tamaño de los desafíos, con determinación y fe en nosotros mismos, podemos superar cualquier obstáculo y alcanzar nuestras metas más preciadas. Y así, el pueblo aprendió la importante lección de que la suerte no es cuestión de magia, sino de determinación y perseverancia.
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