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Era una tarde oscura cuando Gavilanes, el conejo, trotaba por un camino solitario a través de un bosque. Las hojas de los árboles susurraban historias antiguas y el viento jugaba con su pelaje.
De repente, Gavilanes vio a un viejo leñador caminando con un pesado fardo de leña en su espalda. Sus pasos crujían las hojas secas del suelo.
Gavilanes se sentía solo y perdido. Al ver al leñador, se alegró mucho. Decidió seguirlo silenciosamente, pues pensó que así no estaría solo.
El leñador no se dio cuenta de que lo seguían hasta que llegaron a una casita pequeña, casi escondida entre los árboles frondosos.
El viejo dejó caer su carga de madera y se dio cuenta finalmente de la presencia del conejo Gavilanes.
"¡Bueno, bueno! ¿De dónde has salido tú?" dijo el leñador con una sonrisa simpática.
"¿Tienes hambre, quizás? Seguro, se te apetece un platillo de zanahorias." ofreció el amable leñador.
Gavilanes asintió entusiasmado. Entraron en la casita acogedora, donde el leñador preparó una deliciosa cena de zanahorias.
De vez en cuando, la madera en la chimenea hacía crack-crack, llenando la casita con sonidos acogedores y cálidos.
Gavilanes y el leñador rieron y contaron historias hasta que el sueño los venció. Gavilanes se tumbó junto al fuego, arropado por la piel del leñador.
Aquella noche, el bosque parecía menos solitario. Gavilanes se durmió soñando con más aventuras junto a su nuevo amigo.
Desde entonces, Gavilanes visitaba al leñador cada tarde oscura, transformando la soledad en una amistad eterna.
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